domingo, 11 de noviembre de 2007

No me queda más espacio en el cerebro para escuchar a Abba

Tengo un amigo al que le da rabia Woody Allen. Yo creo que es porque a él se le ocurren frases geniales pero nadie las escucha. Al menos no millones de personas en todo el mundo a través de la pantalla grande. Pero como yo soy una buena amiga-hija-nuera (todo a la vez, qué arte) la dejo aquí estampada en mi titular para que se extienda por el mundo cibernético y bloguero. Quién sabe si algún productor avispado no le da por meterse en esta página y, como el Chomsky de la canción, se enamora, aunque no sea de mí, sino del genio creador de mi amigo-madre-suegra.

La verdad es que cuando llevas tres cuartos de hora en un bar y te has escuchado todos los grandes éxitos de la banda sueca del derecho y del revés, es capaz de darte un patatús. Yo no sé si eso será verdad, eso de que vas llenando el cerebro de cosas y de repente te das cuenta de que ya no cabe nada más. Con este mito de que sólo usamos el diez por ciento, a lo mejor es verdad. Vamos, que llenamos esa porción minúscula y sanseacabó. A veces me pregunto si no habré llegado al tope. Se me olvidan palabras, me cuesta recordar fechas y ni siquiera sé la matrícula de mi coche (¿pero es que alguien se sabe la matrícula de su coche?, escucho a mi vocecita interior). Sin embargo recuerdo a la perfección diálogos de películas y series, la ropa que llevé en tal o cual ocasión y detalles como olores ligados a determinadas experiencias (lo de los olores ya me supera, en serio).

Tal vez es que tengo la neurona saturada por haber estado acumulando basura mental. ¿Por qué no existirá una maquinita o algo, tipo el pensadero de Dumbledore (mira que salir del armario a estas alturas...), en la que depositar los pensamientos negativos, las malas experiencias o aquello de lo que ya estás cansada de darle vueltas? Tanta tecnología y no la ponen al servicio de las mentes de la clase olla exprés.

A fin de cuentas, y después de pensarlo, no me gustaría ser una máquina, que se pudiera resetear después de hacer copias de seguridad. Somos lo que recordamos (¿dónde he leído esto antes?) y lo que los demás recuerdan de nosotros. Aunque el pasado no sea más que un sueño y el futuro sea la esperanza de un mañana. Por lo menos procuraré que mis sueños sean felices y mis mañanas me despierten con el sol entrando por la ventana y una sonrisa en la almohada. Aunque para eso tenga que desconectar un ratito la radio, no vaya a ser que entre en crisis con la cuarta escucha de Waterloo.

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