lunes, 25 de junio de 2007

Batman strikes again


"¿Por qué un murciélago? Los murciélagos me dan miedo. Mis enemigos compartirán mi miedo", eso dijo Bruce Wayne en Batman Begins.
Y ahí me tenéis a mí, como una damisela de diadema floja, atrincherada en mi habitación a las tres de la mañana porque he oído un aleteo en el cuarto contiguo. Para entonces aún no sabía que era una rata peluda con alas lo que se me venía encima, sólo tenía la prevención de no acabar a lo Tippi Hedren. Pues así andaba, cual Jodie Foster en la habitación del pánico (el pánico lo ponía yo, claro), sudando a chorros, sin querer siquiera ni respirar.
Media hora estuve decidiendo si abrir o no la puerta, llorando y riendo a un tiempo, al borde del ataque de nervios y preguntándome por qué a mí. Cuando el reloj de la iglesia cercana dio la media aún estaba yo con el pomo de la puerta en la mano, tensa y casi morada del esfuerzo. Pero la abrí. Abrí la puerta, la cerré, encendí la luz de la otra habitación, abrí la persiana de un tirón y llamé, como el que llama a un minino, al pajarillo, que se había ido estampando progresivamente contra mi puerta provocando espasmos y esclofríos en esta que os escribe. Contrariamente a lo que se podía pensar de una avecilla atrapada, el bicho en cuestión se iba hacia el lado opuesto al que yoiba encendiendo luces. Hasta que se quedó parado en la puerta de entrada de mi casa, en una postura muy poco ortodoxa para un pájaro normal. Y entonces caí en la cuenta.
Ahora sí que lloraba, temblaba y sudaba. Había entrado en mi casa un murciélago. La madre que me parió, fue lo único que podía pensar, aterrada, mientras cogí el móvil entre mis manos, como si pudiese hacer algo. (¿Por qué pensamos que el móvil nos puede solucionar la vida en cualquier situación?). Para lo que sí sirvió fue para realizar una llamada en mitad de la noche, levantar del sofá a un buen amigo y pedirle, entre sollozos, que me quitara de encima al bichejo. La razón: no podría dormir sabiendo que un vampiro estaba en mi casa y que a la mañana siguiente lo tendría que ver. Aaarg.
Rapunzel, tírame tus trenzas. Y ahí que me planté, en la ventana, tirándole las llaves a mi salvador (los amigos de Peter tenemos suerte) que se carcajeó de mí durante varios minutos, en los que hasta yo me sentí ridícula, en camisón, despeinada y con cara de loca. Ni rastro del glamour de una Pffeiffer, una Kidman o una Bassinger. Claro que aquel bicho no tenía los ojos de Keaton, los morros de Kilmer, el sexappeal de Clooney ni la tableta de chocolate de Bayle. Ni siquiera la sombría elegancia de Oldman.
Una tila y un cigarro después conseguí más o menos tranquilizarme. Pero aun así miré y requetemiré detrás de puertas, armarios, en esquinas, muebles y hojas de ventana para asegurarme de que ninguno de sus congéneres estaba por allí.
Esta mañana, muerta de sueño y con la sensación de que todo había sido una broma de mi subsconciente, no pude más que reírme al mirarme al espejo. Aquello no había sido para nada digno de Tim Burton, sino un mal capítulo de Aquí no hay quien viva. Ja.

viernes, 22 de junio de 2007

Un cobarde como yo

No, no pretendas tener la razón, no me vengas pidiendo perdón,
no me digas que ha sido un error, que lo sientes.

En fin, de qué sirve un futuro ideal, construido en terreno ilegal
un pasado que me hace dudar del presente.

Y yo, me defiendo atacándote así, retorciendo palabras de amor,
intentando que quieran decir lo que yo no me atrevo.
Y yo, me sorprendo diciendo que sí, retorciendo palabras de amor
intentando que hagan por mí lo que yo ya no puedo.

No, no te inventes un nuevo color, transparente como una traición
camuflaje para una ilusión de mi mente.
Por fin, los milenios son un decimal, un trocito de tiempo fugaz
algo efímero y bien poco más sin ningún valor.

Y yo, me defiendo atacándote así, retorciendo palabras de amor,
intentando que quieran decir lo que yo no me atrevo.
Y yo, me sorprendo diciendo que sí, retorciendo palabras de amor
intentando que hagan por mí lo que yo ya no puedo.

Los milenios son un decimal una suma de cifras de tiempo sin más,
voces nuevas presentes futuras pasadas que van retorciendo palabras de amor
construyendo edificios que no durarán, un diseño de algo fugaz,
arquitectos de frases que me hacen dudar y que intentan decirme que no sé lo que quiero.

Y yo, me defiendo atacándote así, retorciendo palabras de amor,
intentando que quieran decir lo que yo no me atrevo.
Y yo, me sorprendo diciendo que sí, retorciendo palabras de amor
intentando que hagan por mí lo que yo ya no puedo.

Construyendo edificios que no durarán, un diseño de algo fugaz,
arquitectos de frases que me hacen dudar y que intentan decirme que no sé lo que quiero.

Fangoria. Retorciendo palabras.

miércoles, 20 de junio de 2007

¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?

Las relaciones humanas son de lo más raras y he llegado a la conclusión de que, aunque seamos seres sociales y todo ese rollo filosófico ateniense, estar junto a otros semenjantes es más una cuestión de supervivencia. ¿No habéis sentido nunca la sensación de que una noche de marcha os habéis vestido para matar y que no quedará títere con cabeza porque no habrá nadie capaz de resistirse? Pues haced la operación a la inversa: sentir como si fueses, literalmente, un pulpo en un garaje; pequeñita, pequeñita ante los demás, casi al borde de la invisibilidad. Una u otra sensación desemboca en situaciones bien distintas, claro.

La cuestión es que todos buscamos a alguien o a algo, en su defecto. Y ya no importa la barrera del género. Hombres y mujeres, todos estamos a la búsqueda del grupo que nos define, por semejanza o por diferencia. Heteros, gays, lesbianas, bisexuales..., eso ya da igual, porque se borran las fronteras. Sin embargo todos buscan lo mismo: una mano amiga o una cama amiga, que los lleve hasta un grupo humano en el que sentirse integrado. Somos así de sociales. Y de superficiales.

Llevar una diadema con una flor, un vestido rojo atado con un cinturón y unos zapatos a juego sólo rechinan fuera de contexto. Un beso furtivo y un abrazo robado pueden ser sólo eso o ser mucho más según quien lo dé y quien lo reciba. El dulce mareo que provoca el alcohol puede ser el preludio de una vomitona o de un bailoteo hasta que el cuerpo aguante. Son los demás los que definen los límites por aceptación o rechazo.

Claro que, en este mundo superficial, si se es una diva de metro ochenta, rubia, con tacones, delgada y con una sonrisa de dientes perfectos, todo se te consiente. Ahí sí que se borran los límites. Da igual lo que se haga. Si se eructa, los hombres lo consideran adorable. El mito sigue vigente.

¿Será que la envidia y los celos son naturales en el ser humano y no podemos remediar sentirlos? ¿O será que las mujeres somos todas unas zorras malignas del infierno?

miércoles, 13 de junio de 2007

Deformación profesional


Los medios no hacen más que atomentarnos en estos días con noticias absurdas sobre el calor (es obvio, estamos en verano), los pases de modelo (otro tema recurrente para según quién) y, por supuesto, la selectividad. Por si no lo sabíamos, porque hemos estado en una cápsula espacial durante los últimos diez años, es una prueba muy difícil, injusta, en la que te juegas tu futuro, según dicen los estudiantes.
Una prueba, por supuesto, para la que hay que prepararse a fondo durante el curso y no atiborrarse los últimos quince días. Nada de no dormir, ni de pasar calor a horas intempestivas, ni de irse a la biblioteca abierta 24 horas, ni de tomar café, por supuesto. Los excitantes son malos, niños, así que nada de fumar, ni de beber café, ni de drogarse, ¡¡hasta ahí podíamos llegar!!
Hay que dormir ocho horas los días en que son los exámenes. Comer mucha fruta y verdura. Mantener la cabeza despejada y, que no se nos olvide, tener ratos de ocio para no saturarse con los libros.

Si estuviésemos en el messenger pondría una de esas caras de ironía o incredulidad, con una ceja levantada. ¿Alguien escucha cuando los locutores de los telediarios dicen estas cosas? ¿De verdad los alumnos toman anfetas sólo para sacar buena nota en un examen de Latín o de Física? ¿Los estudiantes siguen alguno de estos consejos?

En mi caso empecé a fumar cuando hice la selectividad. Dormía poco y mal. Estudiaba más que vivía y respiraba. Me atiborraba a café (porque todavía mi cuerpo lo resistía). Me pegaba mil horas repasando y haciendo esquemas. No comía. Y al final todo salió bien. Mejor que bien.

Conclusión: los periodistas nos aburrimos cuando llegan estas fechas. Ya veréis como dentro de poco empiezan los apagones de luz por el aumento del consumo de aires acondicionados a ser noticia. Si es que...

viernes, 8 de junio de 2007

Dime que no son pa comérselos


Mi parte hortera (esa de la que se sorprendió ayer mi peluquera mientras yo me relajaba en el lavacabezas) está de enhorabuena. ¡Por fin! Nuevo disco de Miranda! El disco de tu corazón. Más petardeo que nunca y más letras de culebrón que nunca. Me recuerdan a la Loba Herida o a La Dama de Rosa, con esas historias de amores imposibles, amores perros y amores desgraciados que nunca llegarán a buen puerto. (Quién no se acuerda del doctor Buitrago, que le hizo la vida imposible a la pobre Topacio y a Luis Alberto, ay).
Miranda! ha conseguido que yo baile sin preocuparme por quién me mira, pero también han conseguido arrancarme alguna que otra lágrima facilona con esos versos desgarrados, que rayan lo naíf, pero que me enganchan cosa mala. ¿Quién, si no ellos, se atreverían a empezar una canción con un "Hola qué tal cómo te va, qué frase tan vulgar, con la que me voy a presentar"? ¿Quién, si no ellos, podrían decir cosas como "sabes que es necesario terminar en una habitación" sin que suene porno?
Sólo ellos harían una canción con Julieta Venegas (puag) y conseguirían que me gustase (se me ponen los vellos de punta con 'Perfecta'). Sólo estos cuatro (vuelven a ser cuarteto) me harían volar de nuevo a la otra punta de España para verlos en concierto en una visita relámpago. Y sólo ellos me harían sonreír y no vomitar con un vestuario de circo de barriada y una portada del disco casposa y llamativa.
Los adoro, es Miranda mi amor y todavía no sé por qué.

jueves, 7 de junio de 2007

Punto, set y partido


Yo iba a hablar aquí hoy de cómo me hago invisible ante la gente por no sé qué motivo y de la rabia que da que una tipa con pocos años más que yo llegue a ser comisaria de exposiciones, con un bronceado envidiable, unas piernas que llegan a mi cabeza, unos zapatos de impresión y una melena que ríete tú del Fructis.
Pero resulta que he abierto el periódico y una noticia de sociedad ha llamado mi atención por lo dantesco. Un alto ejecutivo vasco, afincando en Londres, le ha reventado el cráneo a su hija de dos años. Para que nos hagamos a la idea del drama, el periodista ha comentado en la noticia que (y reproduzco literalmente) "Vivía con su esposa, natural de Cabo Verde, y la pequeña en el mismo edificio de lujo en que vivían los protagonistas de la película de Woody Allen Match Point". Ganaba 750.000 euros al año y aparentemente no podía desear nada más. Pero lo hizo.
Pone los pelos de punta leer una noticia como esta, y más tan temprano, cuando el cuerpo no se ha hecho todavía a los sinsabores de la vida diaria. Dicen que las presiones de su nuevo trabajo, del cargo de responsabilidad, de no poder cometer errores, lo llevaron a un desvarío de tal calibre.
¿Somos los seres humanos tan impredecibles? ¿Somos capaces de la mayor crueldad con un ser indefenso sólo porque nuestro jefe nos putea? Me gustaría creer en la bondad y en que la felicidad no se basa, como queda demostrado, en el dinero. ¿De qué me serviría tener las piernas largas, un melenón leonino, un bronceado espectacular y un cargo de responsabilidad extrema? Me serviría para que los demás me admirasen como ayer yo admiraba a la tipa esta. Pero ahora me pregunto si ella es tan feliz como yo, con mi sueldo precario, mi piso de alquiler barato, mi celulitis, mi ropa de mercadillo y/o multinacional barata, mi piel blanca y pecosa y mis chanclas. Para la gente que me quiere sí soy visible. Así que prefiero un fuera o dar en la red todas las veces que haga falta.

miércoles, 6 de junio de 2007

Infiel

Parece que no, pero da cosa. Da cosa porque han sido muchos años y cuando entré a la tienda parecía que le estaba poniendo los cuernos a alguien. No es que sea un drama, pero poner el pie en una tienda roja, en lugar de la verde de toda la vida (naranja ahora) me causó una sensación inesperada. Está claro que en este mundo cambiante, en el que sólo mandan la oferta y la demanda, nadie te va a reprochar una portabilidad. Sin embargo, allí estaba yo, como quien va a comprar condones o una prueba de embarazo a la farmacia. Me reía nerviosa, estaba acalorada, e incluso entendí mal una pregunta que me hizo la dependienta amablemente. Como siempre que me suceden estas situaciones pensé aquello de "¡Traje una sandía, qué frase tan original!".
El caso es que ya está hecho. Los dioses del contrato me han tentado y yo he caído. Como dice mi abuela, una señora periodista tiene que tener un buen móvil de contrato. Pues eso he hecho. Todavía no pertenezco a la comunidad del anillo, pero dentro de una semana ya no seré 'amena' nunca más.
Como cantaría Serrat, todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar.

domingo, 3 de junio de 2007

Fiebre del viernes noche

Morena mía
Voy a contarte hasta diez
Uno es el sol que te alumbra
Dos tus piernas que mandan
Somos tres en tu cama, tres
Morena mía
El cuarto viene después
Cinco tus continentes
Seis mis medias farreas de mis medios calientes
Sigo contando ahorita
Bien, bien, bien, bien
Morena mía
Siete son los pecados cometidos
Suman ocho conmigo
Nueve los que te cobro
Mas de diez es sentido

Y por mi parte sobra darte lo que me das
Dámelo bien
Un poco aquí, un poco a quién
Cuando tu boca me toca
Me pone y me provoca
Me muerde y me destroza
Toda siempre es poca
Y muévete bien, que nadie como tu sabe hacer café
Morena agarra, ay me mata
Me mata y me remata
Y vamos al infierno
Porque no sea eterno, suavemente
Que nadie como tu me sabe hacer café
Pero cuando tu boca, me toca
Me pone y me provoca
Me muerde y me destroza toda siempre es poca
Y muévete bien, bien, bien
Que nadie como tu me sabe hacer, uh, café
Bien, bien, bien, bien
Bien, bien, bien, bien

Morena mía
Si esto no es felicidad
Que baje dios y lo vea
Y aunque no se lo crea
Esto es gloria

Y por mi parte pongo el arte
lo que me das
damelo
cuidalo bien
un poco asi, un poco a quien.