Sevilla. Sábado noche, con amenaza de lluvia y un frío que pela. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo o, lo que es lo mismo, Monasterio de la Cartuja (el de las chimeneas y los altos hornos de donde se sacan las vajillas que se regalan como ajuar). El concierto del año para los modernitos de la ciudad está a punto de empezar. O, mejor dicho, los conciertos. Varios escenarios acogen varias actuaciones de grupos ochenteros (eighties are back) y algunos más nuevecitos.
Ahí estaba yo, casi helaíta de frío (¿por qué no me hice caso a mí misma y me puse los vaqueros?), entre una multitud que acrecentaba mi agorafobia-claustrofobia de esos casos, dispuesta a enfrentarme a una música que no había oído ni remotamente. Ah, y con una calentura en el labio que me había salido esa misma tarde. Horror.
Aunque una se deja llevar por la música y no tiene prejuicios (excepto con el reguetón y el tecno 'a jierro', que no los soporto), tener delante a unas cotorras patológicas (¿a quién coño le importa cómo era el vestido que llevaba Pepita en la boda de su amiga?) y no ver un pimiento porque, qué se le va a hacer, una es chica, me impidieron disfrutar del primer grupo como ellos se merecían. Encima que habían venido de tan lejos los buenos hombres... En fin, que entre desmayos del respetable, posibilidad gratuita de colocarme sólo con el humillo vecino y algún que otro vaivén de la masa, no pude hacerme con lo que voceaba el cantante (clavadito a un profe mío de inglés) desde el escenario.
Una cerveza y un cigarro después, el segundo grupo. Una especie de folk americano que me animó bastante, me hizo bailar e incluso olvidar el frío. La conversación y la compañía también ayudaron, rodeada siempre de los incondicionales. Mirar la fauna también fue una diversión. No había visto tanta variedad junta desde... no había visto NUNCA tanta variedad junta. Por edad, por estética, por tendencia sexual, por gustos musicales, por nacionalidad. Ah, las patatas de supervivencia me salvaron la vida, bien entrada ya la madrugada.
Una madrugada en la que deberían haber hecho caso a las sabias palabras de aquel oriental ciego (¿era ciego o me lo estoy inventando?) que le vendió el Moway al niño de Los Gremlims: no lo mojes, no lo expongas a la luz y no le des de comer después de la medianoche. Pero, como en las pelis de terror, lo suyo es que se desoigan los consejos y se vaya directo a la boca del lobo. ¿De verdad una guitarra, un bajo, una batería y dos acordes hacen una canción? ¿De verdad un ruido infernal es una canción? ¿De verdad, de verdad, hubiesen hecho bises de no haber sido ya las cuatro de la mañana?
A esto se expone una con los festivales, claro. Pero también se aprende de la experiencia. Uno: llevar vaqueros SIEMPRE, aunque te aseguren que te vas a encontrar con el mismísimo Ewan en persona. Dos: llevar un bocata en el bolso (¡un bolso grande, por dios!). Tres: escuchar antes algo de los grupos que van a actuar, para no sentirse bicho raro. Y Cuatro: un par de tapones de oídos, por si acaso.
domingo, 27 de mayo de 2007
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2 comentarios:
Con esa jornada de reflexión, ¿a quién votaste, hija mía? Te dejarían ko la última neurona que no se congeló de frío. ¡Pobrecita mía!
tengo muchas ganas de ir a pecar a un festivalito de música. Soy Paco Núñez, íntimo de Patri y mi blog es www.hastalacocina.blogspot.com
UN SALUDO.
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