Los súper famosos piensan que a ellos no les va a tocar. Y allá va, como una palomita, que se come la calle, en un coche de policía, la tonadillera, la viuda de España, la mujer que luce las gafas de sol haya o no motivo. Ídolos con pies de barro que se creen invencibles, intocables, que al final terminan cayendo.
Se habla de linchamiento público, de juicios paralelos, de hacer leña del árbol caído, de dar carnaza al público embrutecido, de cebarse con una mujer cuyo mayor pecado ha sido enamorarse (esta frase me encanta por lo banal).
Sigue siendo una mujer que, si ha cometido algún delito, deberá pagar ante la justicia como cualquiera. Me daría igual que se llamase Mari Pili y fuese la tendera de la esquina. Pero, claro, no es así.
Se le acabaron los días de vino y rosas, de caminos polvorientos hacia la ermita en los que los besos eran interminables, los paseos sacando dientes, los bailoteos en la feria, los empachos de langostinos y el hoy quiero confesarte que estoy enamorada. Ahora toca que al hijo lo saquen yendo de putas, que tenga que declarar ante un juez con sus sempiternas gafas negras, le tocan los encuentros carnales en la celda de una cárcel, los llantos y el crujir de dientes, encima del escenario y a pie de calle.
Quién le iba a decir a ella, cuando cantaba aquello del marinero de lights que iba a terminar tarareando carcelero, carcelero (¡cómo lo hacía Caracol!).
Los medios no tienen derecho a tratarla como a una diana en la que clavar los aguijones del veneno y la ponzoña, pero quien saca a sus hijos a escena como quien enseña un monito de feria, está expuesta a todo.
En realidad, me da pena.
jueves, 3 de mayo de 2007
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