... La joven se giró y sólo alcanzó a ver una silueta que se difuminaba entre la multitud apiñada que cruzaba el semáforo en ese instante. Habría podido reconocer ese cogote entre un millón. Espalda atlética, estatura media, andares de perdonavidas. Seguía llevando el guardapolvo de pana que le llegaba por la rodilla. Eterno.
La coronilla, como siempre, despeinada, y el flequillo casi cubriéndole los ojos. No pudo verlo de frente, pero lo imaginó. Fumando un cigarrillo, sin duda. Las manos fuertes caídas a los lados del cuerpo sólo se levantarían para dar una calada y arreglar algún mechón descarriado. No se habría afeitado hoy. Lo presentía. Llevaría ese aspecto desaliñado de héroe sudado al final de una peli de acción que tanto le gustaba.
Andaría pensando en sus cosas, ausente y ajeno a los cientos de personas que lo rodeaban. Fijándose en algún culo bonito, eso sí. Caminaría hacia ninguna parte, como de costumbre, repasando tal vez mentalmente los días que le quedaban para marcharse. Estaría ensimismado en algún pensamiento que acabaría por desechar a los dos segundos. Memoria de pez.
Dos segundos, el tiempo justo de girar la cabeza, le habían bastado para recordarlo tal como ella lo recordaba. No tal como era, sino tal como lo recordaba.
La joven se preguntó, mientras continuaba su marcha, qué habría venido a hacer al reino de Muy, Muy Lejano. Aunque también podría preguntarse lo mismo de ella.
domingo, 20 de mayo de 2007
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