No, no me he vuelto loca. Bueno, un poco sí, pero ya lo estaba de antes. Mi relación con los conejos ha cambiado a lo largo del tiempo (desde aquella mítica Chapita de mi infancia hasta Arturo, el contagioso), pero anoche ya fue el apoteosis.
Los conejos no saben cómo se usan las vacas, eso está claro, y la pobre Margarita lo comprueba una y otra vez mientras los brazos inexpertos (e hiperdesarrollados después) de los nuevos enganchados a la tecnología la lanzan a varios metros, si es que lo consiguen. Lo mejor es darle vueltas. Pobre vaca (debería llamarse Paca).
Hoy no puedo ni darle al teclado de las veces que lancé la bola con mi Mini-Yo-Lavidaenrosa, tan clavadita que hasta da miedo mirarla con sus gafitas, su corte de pelo y su vestidito rosa. ¿A qué mente enferma o despejada se le ocurre idear algo así?
Pero volvamos a los conejos danzarines funky-disco, a los conejos malvados que te encienden la mecha, comen sin parar cosas rarísimas imposibles de descifrar y te regalan un desatascador cuando rescatas a tu hijo (una masa verde, informe, que parece un moco aplastado).
Las cosas que inventa, Mari. Quién me iba a decir a mí, a mis años, que iba a dolerme el abdominal a causa de un videojuego de tanto y tanto reír. ¡¡¡¡Daaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!
miércoles, 4 de abril de 2007
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