jueves, 12 de abril de 2007

Veo la decadencia...

Esa era una de mis frases míticas estelares en el corto 'El Tedio' (inédito en las peores salas de cine), que dio la vuelta a las familias de todos los participantes, a pesar de ser la vergüenza nacional. Esa frase, que luego fue utilizada en todas las ocasiones pertinentes (y no pertinentes) y quedó como chiste privado de aquella Ácates de la prehistoria periodística, me sirve ahora porque lo que veo es, en serio, la decadencia.
¿Que por qué me pongo tan trágica, a pesar de mi balcón y mis lollipops? Pues porque ME HAN SALIDO CANAS. Así, de sopetón, sin avisar, sin un "oye, que te haces vieja" ni un chivatazo por parte de mis pecas sabias. Hala, vas un día a la peluquería tan tranquila, creyendo que sólo vas a retocarte el corte, que ya tocaba, y el estilista te dice: Uy, tienes dos canas. Bueno, dos tampoco son tantas, dan solera, dignidad, venerabilidad... y todas esas tonterías que se piensan. Pero luego llegas a casa, te peinas y el espejo te devuelve una imagen que no es la tuya. No tienes dos, tienes dos docenas y el mundo se para un instante, mientras no crees lo que ven tus ojos y maldices la genética (que en esto tiene parte de culpa) y los disgustos (que según mi peluquero influyen en la aparición de estos graciosos pelos blancos, tiesos y sin ninguna solera, dignidad ni venerabilidad, qué leches).
Sólo tengo veinticinco años y medio y parece el comienzo del fin. La vida pasa ante tus ojos como cuando dicen que te vas a morir y ves fotograma a fotograma las caídas del columpio, el primer día de colegio, el primer beso, la primera regla, el primer concierto (y el segundo y el tercero), el primer desamor, el primer amor (ese que luego vuelve y se va, y vuelve y se va), los regalos de cumpleaños, las mudanzas, los días de playa, las barriladas en la universidad, las fotos en sus álbumes, los libros que has leído, las llaves de tu primera casa, las puestas de sol, los balcones ajenos, la primera borrachera (y la última), el primer cigarrillo, el prime viaje sin tus padres. La vida se te acumula en las sienes y, llores o no, ya todo eso se resume a unas canas, unos pelos tiesos, sin ninguna solera, dignidad ni venerabilidad, que lo único que hacen es que pienses en el dineral que vas a seguir gastando en tintes (antes por diversión y ahora por obligación).
Los años te dicen: sigues vivo, alégrate. Pero ¿no podríamos alegrarnos sin peinar canas?

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