Alguno que otro me ha preguntado el porqué del título de mi blog. Y el otro día lo recordé. No es que no me acordase, es que tuve más presente que nunca las causas que me llevaron a poner un título en apariencia banal. Puede que en el momento de la creación y de la inspiración no me diese cuenta, con el cerebro y las neuronas, de por qué lo hice. Pero ahora sí estoy en condiciones de explicarlo.
Y fue el domingo, mientras me comía una tostada y un café y leía un nuevo periódico de pago (inaudito en estos tiempos que corren), dejando pasar las horas de largo día de descanso. Es verdad que existe una generación diferente, aunque no se recorte según los límites de la edad cronológica. Es una generación que pregunta y que se cuestiona, que analiza, que cavila y que no se rinde. Aunque sólo seamos trescientos. A lo mejor este nuevo periódico no nos da las respuestas que buscamos, pero puede que abra nuevas interrogantes y nos ayude a seguir haciéndonos las preguntas adecuadas. O tal vez no, y sólo sea un producto de marketing brillante. El tiempo lo dirá.
Un tiempo que también ha marcado el porqué de este curioso título, a medio camino entre una canción y una consigna política. ¿Alguien se ha percatado de que somos hijos de dos siglos diferentes, pero también de dos milenios distintos? Supongo que sí, pero no sé si os habéis dado cuenta de que esa circunstancia imprime carácter. Lo mismo les pasó a los hijos de la revolución de finales del XIX. En ese momento también había guerras, decadencia moral, imperialismo y colonización, tabúes, miedos (aunque no al efecto 2000), censura y nacionalismos. Pero también había pasión por las artes, la belleza, la verdad, la libertad y el amor. Como ahora, aunque sean las pantallas de los ordenadores a través de las que viajen la mayoría de esos sustantivos abstractos y los borrachos bohemios ya no se reúnan en guetos sino en cómodos salones convertidos en centros de ocio multimedia. Sin embargo el vino, los cigarrillos y la noche siguen siendo elementos indispensables. Y que dure.
Tal vez los hijos de la revolución no llevan camisetas de médicos metidos a revolucionarios. Tal vez los hijos de la revolución prefieren realizar una labor callada desde dentro del sistema. Tal vez los hijos de la revolución están haciendo una revolución con el vecino de al lado, en lugar de con los antiglobalización en cualquier plaza europea. Tal vez, sólo tal vez, para ser un hijo de la revolución no hace falta más que una conexión sináptica de más y un punto de mezquindad de menos.
Esto es el fin de siglo. Dedicado a las pequeñas ácates y a los alfileres secretos. (Espero que se escuche en inglés y no en chino mandarín...).
martes, 9 de octubre de 2007
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1 comentario:
Efectivamente, el día que visité por primera vez tu blog su título trajo a mis oídos, mi oído, corrijo, un estribillo inserto en una maravillosa banda sonora pirateada por cierta pecadora que, como una servidora, había sido conquistada por la película del momento. Lo que son las coincidencias…que a las pocas horas de que escribieras estas líneas, tan agudas y certeras como siempre, esta pequeña ácates asistiera maravillada a un coloquio con sustantivos abstractos entre borrachos bohemios. Sí, aún existen y, como tributo a los originales children of the revolution, se emborrachan de literatura y de una suerte de pippermint de noventa grados: la absenta. Sí, aún existe también. El viernes estuve con ella, el hada verde, con su hermano el vino y su madre, la bóheme. Después de todo, como apuntas, puede que la revolución siga sobreviviendo dentro del sistema.
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