Si alguien me preguntase si los ángeles existen, la respuesta sería no. Los ángeles de Machín, esos que están en el cielo, llevan el culito tapado con un paño color crema, no tienen sexo y tocan la cítara, esos no. Sin embargo, los ángeles de carne y hueso existen, caminan entre nosotros y de vez en cuando nos los cruzamos. O, mejor todavía, convivimos con ellos.
Cuando se tienen, no uno, sino varios ángeles de la guarda el mundo parece un lugar mejor. Esos ángeles transmiten alegría, fuerza, seguridad, cariño y todo sin pedir nada a cambio. Lo más sorprendente es que cada uno puede convertirse en el ángel de otro al recibir cada una de esas virtudes ajenas. Una pasada. Y la gente no lo sabe, me temo.
Uno de mis ángeles me ha demostrado hace poco que lo que vemos en las películas es cierto. Hay personas hechas el uno para el otro; hay momentos llenos de romanticismo y amor en la puerta de al lado, no sólo cruzando el charco; existen el respeto, las almas gemelas, las naranjas enteras y los giros inesperados que te cambian la vida.
Y también existe la amistad con mayúsculas, la que no entiende ni de tiempos ni de espacios, de cambios, de esfuerzos.
En realidad mi angelito de estos días sí es rubio. Casualidades de la vida.
1 comentario:
Digno de ti este post. Se me viene a la cabeza la canción de Melendi "Arriba Extremoduro" en la que pone a parir las canciones ñoñas de amor. Es posible hablar de los sentimientos sin pecar de cursi y este es tu caso. Estoy de acuerdo contigo. Creo en los ángeles de carne y hueso, de esos que te arreglan la existencia en un segundo, de esos que hacen que tu vida supere a la ficción en el gesto más cotidiano. Uno de mis ángeles "es pelirrojo, pero está atrapado en un cuerpo de moreno". (Aunque a decir verdad, creo que cada vez está menos atrapado y comienza a vivir feliz con lo que es).
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