Siempre he sabido que la risa tiene efectos terapéuticos y que el recuerdo puede pasar por nosotros en forma de fotografía. Y aunque llevo repitiendo en los últimos tiempos que el romanticismo ha muerto, los happy ending de los demás siguen empeñándose en llevarme la contraria.
¿Qué poder tienen las palabras? ¿Qué poder tiene un papel escrito? ¿De verdad nos ablandamos por unos garabatos en una hoja en blanco? Anque a veces es mejor dejar el folio en blanco, para no recordar lo que ha pasado y no dejar constancia de la frustración o el daño o la inconsciencia.
Sin embargo, recibir una carta siempre provoca una satisfacción, un estremecimiento, un hormigueo, una sorpresa. Más en estos tiempos en los que el correo electrónico y el teléfono móvil le quitan calidez a las letras.
Pero, ¿qué pasa cuando el destinatario no está en casa? Siempre me he planteado lo que debe sufrir una carta sumida en la oscuridad del buzón o de la saca de Correos, esperando a ser abierta, leída, respirada, llorada, besada, rota, arrugada, guardada, perfumada, releída.
El aviso por debajo de la puerta es muy frío.
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1 comentario:
Es inquietante. Supongo que es frío una nota escrita en nuestra ausencia. Más lo sería ese mismo mensaje, si por cualquier vaivén del destino no llegaras a leerlo nunca. ¿No quedarían las palabras desnudas, desprovistas de su obligación natural?
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