lunes, 10 de diciembre de 2007

La ratita presumida


Como colofón de un puente marcado por la convalecencia (si es que no tengo perdón, ponerme enferma en vacaciones), después de poner el árbol de Navidad a ritmo de soul y acompañada por mi botella de vino y mi paquete de tabaco, terminé, como digo, empotrada de nuevo en el sofá viendo La sonrisa de Mona Lisa (no, no eres tú, 'mamá', por una vez es Julia Roberts).


Y, como casi todo en mi vida últimamente (excepto el sapo, menos mal), la puñetera película tenía cierto regustillo a una conversación mantenida esa misma mañana de domingo, que no es sino la prolongación de la larga conversación que tenemos las mujeres con nostras durante todas nuestras vidas. ¿Cultivar el cuerpo? ¿Cultivar la mente? ¿Ambas? ¿Qué dejas atrás? ¿Qué pierdes si optas por una u otra opción? ¿Es necesario optar?


Me escandalicé sobre manera cuando ayer, mi interlocutor, me dijo que se me nota que me esfuerzo por cuidarme físicamente. El pelo, la cara, las manos,... ¡¡¡¿¿¿Que se me nota???!!! ESO ESPERO. Quiero decir que aunque seamos polvo y en polvo nos convirtamos, el cuerpo es la cárcel del alma, piel y huesos, un envoltorio para otra materia más noble, etcétera, etcétera y toda la perorata que quieras sobre la insoportable levedad del ser, ¡qué leches! ¿A quién le amarga un dulce?


Soy consciente de la esclavitud a la que nos somete la sociedad y de todas esas milongas pseudofeministas y pseudopsicológicas-sociológicas. Pero, ¿por qué tengo que avergonzarme de dedicar esfuerzos ingentes, montones descabellados de tiempo, acciones ridículamente humillantes a mantener un mínimo de decencia en mi aspecto externo?


La combinación perfecta es esa, ¿no? Mens sana in corpore sano. Ahora se añade la eterna juventud y todos contentos. Sobre todo nosotras, que nos desvivimos día y noche en una eficaz y altamente gratificante tarea de recolección, fricción, masaje, siega, reconstrucción, remodelación, esculpido y, si es posible, reducción.


No soy esclava de la sociedad, le dije a mi interlocutor cuando me escandalicé de esa manera. Pero eso está bastante claro. De quien soy esclava es de mí misma. La cárcel no está en el cuerpo, sino en el alma, en la mente, en los ojos con que nos creemos que nos miran. Ayer leía que el orgullo no es lo mismo que la vanidad. Y la culpa por no llegar a los límites que nos marcamos es la penitencia que conlleva el pecado.


Dramática me pongo a pesar de la jornada de lunes. Si es que las rubias me despiertan el instinto asesino...




1 comentario:

El portero dijo...

Lo importante es estar a gusto con uno mismo, fisica y piscologicamente, pasando de los cliches y los modelos que nos imponen desde fuera. Si uno se siente guapo y maravilloso, ole, ole, maribel...