No sé qué tiene el ciclismo que, quieras o no quieras, termina por enganchar. ¿Qué hacer una tarde de domingo, en verano, con el calor que cae, aburrida de la vida? Pues una enciende la tele y, en vez de las true stories de la sobremesa, se pone la 2 con esos muchachos en maillot, escalando puertos de montaña en los Pirineos.
Encima, si es un español el que tira del pelotón o el que se pone en la teté de la course, le entra a una un ardor patrio que ni con la selección española. Después de muchos años de reinado de Lance Armstrong, le toca el turno a las jóvenes generaciones. Y entre estos jóvenes está Alberto Contador, que va segundo en la clasificación general.
Vaya etapa la de ayer, aguantando como un campeón a rueda de Rasmussen, que le lleva nueve años de edad y varios de experiencia en el deporte. Aunque el danés le propuso algo cuando apenas quedaban tres kilómetros, el español declinó la oferta, ante el individualismo, y yo diría que el egoísmo, del maillot amarillo. Sufriendo, con cambios de ritmo, pegados a las vallas de seguridad, con los aficionados dando el coñazo (¿no entienden que si los empujan pierden toda la concentración o, algo peor, se dan el castañazo?), con el frío, la humedad, el viento... así fue el final de etapa, una de las más emocionantes de los últimos años.
Escalador, joven y prometedor, Contador tiene por delante la oportunidad de volver a ilusionar a miles de españoles con el sueño de un podio en la general. Ojalá la sombra del dopaje no planee nunca sobre sus dos ruedas.
Lo que yo digo. Ni la selección española me levanta tanto el patriotismo como este deporte de minorías. Y eso, que a veces me pongo el ciclismo como somnífero...
lunes, 23 de julio de 2007
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