viernes, 28 de septiembre de 2007

De aquí a Hortaleza

Cuando ya parecía que mi patético pueblo se iba a sumir en el caos y la destrucción, me plantan un bar de ambiente en una esquinita. Ya teníamos la discoteca más grande de España (o eso dicen ellos), el puesto de perritos calientes más porculero de España (eso lo digo yo) y la rotonda más grande de Europa (no digo yo que no). Ahora tenemos el bar gay. Un bar gay reconvertido después de haber sido uno de los garitos más chungos de la historia de Hill Valley (Patrice, te robo la frase por un momento). En fin, que entre unas cosas y otras he recalado tomándome un cafelito entre paredes rosas y sillas traídas desde Barcelona (qué lujo, Mari). De momento sólo se llena los fines de semana, dicen los que han traspasado esas puertas, pero no sé yo hasta qué punto en este pueblo tan rancio, a pesar de los desfiles del 28 de junio, las banderas, las mariquitas locas del carnaval y la ciudad para vivir, tendrá aceptación un lugar en el que las peras y las manzanas se mezclan como les da la gana.
Lo que son las cosas, el dueño es un antiguo compañero mío del parvulario (fuimos novios de preescolar, toda una historia) que, hartito de la movida promovida, ha decidio pasarse a una clientela un poco menos berraca. Lo que yo no sé es si los gays de este pueblo saldrán del armario sólo para pasarse por la fachada multicolor del bareto o si, por el contrario, preferirán tener su fondo de temporada en los clásicos de la capital. El dueño dice que a lo mejor se crea una nueva Chueca al socaire de su local. Lo dudo. Lo dudo mucho. Aquí, que todavía se venera lo cofrade, lo romero y lo campero no hay cultura gay (no hay cultura, en general, me atrevo a decir) y no la habrá por muchos espectáculos drag que se hagan. Pero esto es como todo, claro. Que por qué hay discriminación positiva, que por qué se celebra el día de tal o cual cosa, que si la normalización pasa por otros puntos y no por el gueto...
En fin, ya he pisado ese suelo y me he sentado en sus banquitos de diseño. No puedo decir que no he estado allí. Larga vida al ambiente, si es que sobrevive y si es que consigue convertirse en un verdadero lugar de tolerancia y respeto. Nada me incomoda más que el respeto mal entendido.

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