jueves, 8 de marzo de 2007
Persiguiendo a un conejo (muerto)
Hacía relente aquella noche y me subí el cuello de la cazadora. Caminé hacia mi coche y al llegar a su altura me pareció demasiado pequeño allí aparcado ante las luces apagadas del Kiosko. ¡Qué pequeño se ha vuelto!, recuerdo que pensé. Intenté subirme, no sin antes poner en su sitio los retrovisores (este gesto se ha vuelto una obsesión), pero no pude. Mis piernas de tapón de alberca de metro sesenta se habían estirado casi hasta alcanzar las dimensiones de las de la modelo más cotizada. Horror, ya he vuelto a beber demasiado, recuerdo que pensé. Pero no, en realidad NO CABÍA EN EL COCHE.
Más sorprendida que otra cosa seguí caminando y con esas piernas, recuerdo que pensé, llegaría a casa en un momento. Las casas se iban empequeñeciendo a mi paso, y las veía separarse de mí como cuando despega un avión, con el mismo mareo y las mismas náuseas nunca confesadas (ahora lo estoy haciendo, mierda). Iba rozándome con los árboles, sentía las hojas en mi cara, el relente de la noche poniéndome los pelos de punta por la humedad, andaba entre los coches con peligro de aplastarlos como a hormigas.
Pero no quería ejercer ese poder. No quería ser la malvada Alicia en el país de las maravillas, que a pesar de sus dulzores y sus rizos rubios siempre me ha parecido una arpía. Simplemente quería flotar y estirarme hasta el infinito, si hacía falta. Crecer, crecer, crecer. En realidad me sentía crecida ya, lo más alto que se podía llegar en ese momento.
El coche se me apareció delante con su tamaño natural. Azul oscuro, más oscuro por la tierra que le cae de las obras próximas a mi casa (prometo lavarlo pronto), con los retrovisores metidos hacia adentro. La llave estaba en mi mano. Todavía no había probado a entrar. Allí, delante de las luces apagadas del Kiosko recuerdo que pensé "me siento un gigante si necesidad de perseguir ningún conejo con reloj".
Pero, ¿cómo se había producido aquel fenómeno? Acababa de salir de casa de unos amigos, había charlado, había reído, había fumado, había bebido, había comido, había llorado, había recordado, había cantado...
Recuerdo que pensé que por eso me sentía gigante.
Dedicado a Arturo, el conejo enano blanco al que llegué a odiar y que murió cuando le llegó la hora. In memoriam.
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