Sólo a mí que, según mi peca, estoy como una cabra, se me ocurriría mudarme en jueves. Pero, claro, una no mide las consecuencias del día de la semana en que se traslada, definitivamente, del nido materno a un nido propio (o al menos, en alquiler).
Aunque no hubo quedada para el visionado colectivo de la telenovela más chic de los últimos tiempos, sí hubo ensalda y kiwi y cereales integrales (el ritual de cada noche). Y hubo cigarrito antes de dormir y poderme estirar en el sofá sin que nadie me molestase.
Claro que todo tiene su contrapartida y los ruidos nuevos del bloque y de la casa, los susurros de los nuevos vecinos, la psicosis por haber cerrado bien puertas y ventanas... todo eso va con el cargo de ser "la nueva". Incluso me presenté a dos convecinos de esta mi nueva comunidad y uno de ellos, por mi madre de mi alma que, aunque no llevaba barba, era como el señor Cuesta. Clavadito.
Por cierto que, cuando ya no lo esperaba, recibí mi primer regalo oficial de mudanza. La teína se me va a poner por las nubes, pero merecerá la pena. Y las mariquitas son un puntazo (gracias).
El teléfono también tiene algunas compensaciones y aunque no dispongo de fijo (lo siento por los que no quieran gastar móvil) pude dormir gracias a alguna que otra voz al otro lado de las ondas.
Ea, ya tengo balcón propio. ¡Qué vértigo!
viernes, 16 de marzo de 2007
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