Hace unos días ha pasado por nuestras vidas, sin pena ni gloria (por fortuna) el día de San Valentín; que digo yo, qué tendrá que ver un santo con las cuestinones de la carne porque, no nos engañemos, el día de los enamorados es el que más relaciones registra en la historia de la humanidad, estoy segura. Corroborado, además por una visita de trabajo a una tienda erótica de mi pueblo-ciudad para hacer un reportaje, donde su gerente me explicó que se habían quedado sin género debido a la fiestecita romántica del año por excelencia.
En ese día se nos vienen a la cabeza cosas como lo de la media naranja, una idea tan antigua como el mundo y que no voy a explicar, aunque me guste la griegología y me pirre por contar la historia de las piedrecitas...
En fin, que pensaba yo en que lo de la media naranja es un timo, como todo tópico que se precie acerca de esa gran mentira (necesaria, pero mentira) que es el amor en San Valentín. Pero tras unos días de reflexión y una noche movidita la de este viernes terminé por preguntarme otra cosa. O al menos, darle vueltas a lo de las almas gemelas. Y he aquí mi gran interrogante: ¿no podría ser que las personas no tuviésemos como media naranja a nuestro amor verdadero, sino a un clon que anda por ahí con nuestras mismas facciones, nuestros andares, nuestro acento, nuestras ideas, nuestros bailes, nuestros amigos, nuestros trabajos, nuestros miedos, nuestras miserias y nuestras grandezas? Todo esto viene a cuento de un encuentro casual donde los haya, fortuitos y sorprendentes de los que la vida brinda a veces (aunque no sea jueves), en que conocí no a mi media naranja, sino al alma gemela de alguien que conocí. La misma vida en el mismo cuerpo, pero con otro nombre (¡sólo faltaba el mismo nombre!).
Pero lo más absurdo de todo esto, de toda esta experiencia llamada deja vú, fue revivir con ese clon circunstancial una experiencia vivida con el original (o tal vez es al revés, el nuevo era el original y el otro el clon, quién sabe). Casi gesto por gesto y palabra por palabra se resucitó, en unos segundos que me demoré en alargar, una escena calcada de la anterior.
Convencida estoy de que la vida es un ciclo, de eso no tengo dudas. Y empiezo a plantearme si no vamos por ahí compartiendo vidas y ciclos con otros como con la imagen que se refleja en un espejo. ¿Dónde estará mi clon? Si alguien lo ve, recomiéndenle paciencia.
Yo recomiendo el libro Laura y Julio, de Juan José Millás. Para entender mejor los espejos y los espejismos.
sábado, 17 de febrero de 2007
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2 comentarios:
La espera sin paciencia es un desperdicio, pero la paciencia sin inteligencia es una estupidez
Que miedo da eso. Yo me planteo si es un juego del destino y si debo empezar de nuevo, como una segunda oportunidad, pero no, en realidad son solo espejismos del pasado.
Me siguen gustando estas carreteras secundarias, tortuosas pero enriquecedoras.
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