Vienen tiempos peores y aquí nadie sabe cómo salir del atasco. Después de seis horas mareando la perdiz, resulta que nuestros políticos no aciertan a contarnos (o no quieren contarnos) cómo llegar a fin de mes sin que nos eche humo la calculadora, cómo pagar menos por la gasolina ni cómo emanciparnos (los jóvenes) sin que nos toque comer patatas y pasta día sí, día también. Claro que, tal como dijo Solbes el día antes de ayer (o sea, el martes) en la radio, es que somos unos irresponsables y nos metemos en hipotecas de 40 años sin mirar las consecuencias. Creo que este muchacho debería presentarse a la siguiente edición del Rey de la comedia. Con estos monólogos, ganaba seguro.
Ahora va a resultar que los que estamos en la jaula, cual sufridores del Un, dos, tres, somos los culpables de que la economía mundial se hunda; va a resultar que los de la poltrona no tienen por qué dar soluciones y salen del atolladero entonando el mea culpa como si eso bastase para que los que estamos cabreados-agobiados-estresados-hipotecados-asaladriados-mileurados nos vayamos a la camita soñando con el Shangri Lá de los préstamos a bajo interés y el IPC congelado.
Hoy ya no se habla más de la comparecencia del presidente en el Congreso, ¿para qué? Ni unos ni otros aportaron nada que no supiéramos. Como diría mi hermana en uno de sus míticos finales de chiste malo (el del helado de pepinillos): po qué asco, ¿no?
miércoles, 10 de septiembre de 2008
lunes, 1 de septiembre de 2008
A la quinta planta, por favor
Los aficionados a Anatomía de Grey sabrán que cada vez que Meredith y Derek coinciden en un ascensor, es que algo pasa. Los ascensores tienen personalidad propia y siempre se ha dicho que es de lo más incómodo coincidir con un desconocido porque no se sabe de qué hablar, el silencio es perturbador y la subida a la cuarta o quinta planta se hace eterna. Pero, ¿qué pasa cuando se abre el ascensor, como si fuera la escotilla del Nautilus (con su humo blanco y todo en mi imaginación), y en el fondo de la cabina aparece una cara conocida?
"Uy" es todo lo que acertó a decir mi prometido (se me hará raro escribir marido, palabra) cuando vio a Carlos Sastre (para los que no lo sepan, ganador del Tour de Francia 2008) en el mismo ascensor en el que nosotros viajábamos camino a la habitación de hotel de este fin de semana granadino y ciclista. Uy. Y eso que veníamos comentando en el coche que si nos lo encontrábamos ejerceríamos de fanes fatales pidiendo autógráfos y disparando flashes a porrillo. Pues nada de nada. Ni porque nos lo volvimos a encontrar al día siguiente ni porque comíamos mesa con mesa. Al final, el respeto por la intimidad ganó al fervor del admirador.
Claro que a mí se me despertó la vena laboral más de una vez, con todos aquellos campeones olímpicos, ganadores de medallas, profesionales del podio nacional e internacional y a punto estuve de abordarlos para preguntarles lo primero que se me pasara por la cabeza. Tanto que no me dolió en prenda corretear de un lado a otro (sujetándome la barriga, eso sí) para capturar el momento en el que Bettini o Alberto Contador aparecían en el corralito de los privilegiados -pulserita de discoteca en la muñeca incluida- para relajarse momentos antes de la carrera. Tonta de mí me dio envidia hasta de los compañeros que iban y venían con sus micros, cámaras y libretas, dispuestos a tomar alguna declaración a los grandes del ciclismo. Deformación profesional, creo que lo llaman.
Sin embargo, aparte del ciclismo (que ha habido mucho y bueno), éste ha sido también un fin de semana de Alhambra, piononos de Santa Fe, tapas sin cañas (oooh), risas y paseos por la Carrera del Darro. Todo un viaje al interior de una ciudad que hasta tiene whisky propio (Embrujo de Granada, lo juro) y a la que hay que volver siempre que se pueda para viajar también al interior de cada uno.
Los detalles más curiosos: 1.- que me he dado cuenta del cosquilleo que se nos instala en el estómago a los que disfrutamos con la tarea con la que nos ganamos el pan y 2.- que los chiquillos no sólo se saben las alineaciones de fútbol y corren para cazar el autógrafo de sus ídolos de la bicicleta. Increíble, pero cierto.
Yo, de mayor, quiero ser uno de esos niños.
"Uy" es todo lo que acertó a decir mi prometido (se me hará raro escribir marido, palabra) cuando vio a Carlos Sastre (para los que no lo sepan, ganador del Tour de Francia 2008) en el mismo ascensor en el que nosotros viajábamos camino a la habitación de hotel de este fin de semana granadino y ciclista. Uy. Y eso que veníamos comentando en el coche que si nos lo encontrábamos ejerceríamos de fanes fatales pidiendo autógráfos y disparando flashes a porrillo. Pues nada de nada. Ni porque nos lo volvimos a encontrar al día siguiente ni porque comíamos mesa con mesa. Al final, el respeto por la intimidad ganó al fervor del admirador.
Claro que a mí se me despertó la vena laboral más de una vez, con todos aquellos campeones olímpicos, ganadores de medallas, profesionales del podio nacional e internacional y a punto estuve de abordarlos para preguntarles lo primero que se me pasara por la cabeza. Tanto que no me dolió en prenda corretear de un lado a otro (sujetándome la barriga, eso sí) para capturar el momento en el que Bettini o Alberto Contador aparecían en el corralito de los privilegiados -pulserita de discoteca en la muñeca incluida- para relajarse momentos antes de la carrera. Tonta de mí me dio envidia hasta de los compañeros que iban y venían con sus micros, cámaras y libretas, dispuestos a tomar alguna declaración a los grandes del ciclismo. Deformación profesional, creo que lo llaman.
Sin embargo, aparte del ciclismo (que ha habido mucho y bueno), éste ha sido también un fin de semana de Alhambra, piononos de Santa Fe, tapas sin cañas (oooh), risas y paseos por la Carrera del Darro. Todo un viaje al interior de una ciudad que hasta tiene whisky propio (Embrujo de Granada, lo juro) y a la que hay que volver siempre que se pueda para viajar también al interior de cada uno.
Los detalles más curiosos: 1.- que me he dado cuenta del cosquilleo que se nos instala en el estómago a los que disfrutamos con la tarea con la que nos ganamos el pan y 2.- que los chiquillos no sólo se saben las alineaciones de fútbol y corren para cazar el autógrafo de sus ídolos de la bicicleta. Increíble, pero cierto.
Yo, de mayor, quiero ser uno de esos niños.
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